viernes, 3 de julio de 2009

En el diario Diagonales

Publicado en el diario Diagonales el lunes 30/7/09 con motivo de la muerte del fundador de la Revista Humor, Andrés Cascioli.

Lo que Humor nos dejó
Por Genoveva Arcaute

Permitirnos vivir en estado de escritura, que es un estado de gracia. Quincena a quincena, la incertidumbre de si sería o no publicada la nota que había sido penosamente acarreada en el Río de La Plata (Centenario y Calchaquí, Mitre de Avellaneda y subte en Constitución, previo licuado de banana para reponer energía) y cuya idea o plan estaba aprobado veinte o treinta días antes. Y no pensar en el teléfono para abreviar la agonía porque no lo tenía en casa, los públicos eran pocos y los que andaban, devoraban fichas que no se conseguían en ningún kiosco. Estamos hablando de los últimos revolcones de la dictadura y los primeros augurios de la democracia. Y claro, la vida pasaba por ahí, la única calle con luz.Podían pasar dos cosas: A) La nota salía, entonces todo era alegría y fe en la propia escritura, se podía vivir tranquilo hasta la próxima, pensar con tiempo suficiente, desarrollar esa idea que ya estaba conversada y, sobre todo esto, saberse colaboradora de Humo(r), leída y disfrutada por quichicientos lectores hermanos. Sin contar que un artículo doble página era pagado más o menos como cuatro horas cátedra de secundaria (multiplicadas por cuatro semanas: dieciséis horas reales con un curso). Lo cual no es poco, si recuerdo que cuando vino Cortázar al San Martín a conversar con sus lectores, no pudimos ir a verlo por malaria, miseria, sequía, como quieran llamarlo. ¡Quién iba a decir que sería la última oportunidad! O B) La nota no salía, y entonces toda la negrura del fracaso caía sobre nosotros. ¿Acaso el Gordo Soriano había mandado algo a último momento? ¿O Malvinas terminaba con todos los rincones de la revista donde podía caber la notita de los platenses, costumbrista, con risas y ese tinte tan aquí-estamos-vivos-y-con-ganas-de-empezar? ¿O le tocaba a Santiago Varela, a Manolo da la Zarza, a la Wargon, que pulsaban la misma cuerda?Entonces quedaba el consuelo: la Súper, la Sex o alguna otra, que nunca terminaban de definirse. Súperhumo(r), por ejemplo, empezó como muestrario de la nueva historieta, densa en lo intelectual, única en el dibujo, carísima de publicar. Después, entregados al radicalismo, Enrique Vázquez la dirigió unívocamente a lo político. ¡A ver esa ductilidad, señoras! Ese oficio de adaptarse a líneas e intenciones. Después la Sex se la tragó, valga la expresión y otra vez, a ensayar otro humor, otra temática. Lo bueno, lo grande, es que siempre estaba la oportunidad de demostrar que una podía, que para algo había elegido como oficio nada menos que la palabra. Y aquí concluyo. La escritura de un escritor se hace en un aprendizaje lento e inconciente. Fuerzas que a una la moldean, la determinan y sólo se divisan con el correr del tiempo. Y si algo como escritores nos dejó esa década, fue sin duda la marca del humorista. La vocación de desnudar ese sesgo que la realidad se empeña en disimular, sacado a la luz en el verso, en la narración, en lo que, como entonces, se ponga por delante.

Lo que Humor nos dejó
Por Jorge Goyeneche

La revista Humo(r) fue un desvío. No un atajo, ese recorrido fácil que nos hace saltear etapas y nos ubica rápidamente al final del recorrido, sino la decisión de no aceptar la mirada permitida: saltar por el Mundial, tirar papelitos como Clemente, pegar en el auto un cartelito que rezaba “Somos derechos y humanos”. Frente al aislamiento que la gran masa imponía, Humo(r) fue una diagonal.Estábamos sin trabajo en un departamentucho húmedo, llovía, no había un peso, se nos había acabado la garrafa. Un melodrama ruso en blanco y negro. Un hijo y un embarazo avanzado. La última moneda, con su pedido de auxilio a padres o suegros, se la tragó el teléfono público que estaba a tres cuadras. Era el 78. Como exorcismo, nos pusimos a escribir y meses después nos contestaron de la revista. Y así empezó todo. A pesar de algún número secuestrado, a pesar de un amago de huida romántica por los techos vecinos de la calle Piedras en la primera sede de la editorial, fueron años felices porque la hostilidad militarizada no podía contra nosotros. También era una fiesta acarrear las notas (sin Internet, sin celular, sin fax, ni siquiera había teléfono en casa) había que tomarse el tren, caminar silbando hasta San Telmo y sentarse en la redacción a charlar con Tomás Sanz, Fabre, Vázquez, cruzarse con Dolina, Sasturain, los dibujantes. Y todo con enorme amabilidad (juro que no estoy mejorando el pasado, estas pocas líneas no alcanzan para describir el afecto y la cordialidad de aquella redacción). Luego llegaban cartas comentando esas notas desde Noruega, desde un pequeño pueblito aislado en Santiago del Estero, desde cualquier lugar donde otros exiliados externos o internos se reconfortaban a pesar de la soledad y la distancia. Nadie puede salir de esos recreos largos sin una marca profunda. Tanto en el anclaje afectivo como en la forma de acercarse al lector, en la manera de enfocar el análisis del entorno. Humo(r) es un gen. Aquellas tapas que ponían en escorzo a los superhombres (Menotti como San Martín; la junta como tres monos que no hablan ni miran ni oyen; la Justicia ciega en patineta; Galtieri conquistador a lo Mel Brooks); aquellas notas, aquellos reportajes que buscaban el subtexto. Es una marca en la forma de mirar. El día de la muerte de Cascioli en TN lo mataron a Fabregat. Una joyita. Mientras el banner rápidamente anunciaba la noticia, arriba pasaban un video, sin sonido, en el que se veía al uruguayo Fabre. Una hora después lo corrigieron y pusieron al verdadero muerto. Y finalmente, Michael, el negro blanco, el Grassi del norte, se lo llevó del todo.Cuando todo el sistema cultural mira derecho, sé –gracias a Humo(r)– que hay que inclinar un poco la cabeza o directamente poner todo patas para arriba. Como dijera Prodan en “Murciélagos”: “yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos”.